Hay métodos represivos contra el amor, limitantes e imprecisos, que sugieren una forma única de amar y de verlo como un accionar, cuando debería ser un ser. Existe un juego entre la infidelidad y los celos que van construyendo un concepto errado del amor, en el que se cree que es una postura que encaja en una verticalidad u horizontalidad, cuando en realidad es un punto medio, una esfera de fuego que solo se enciende cuando hay una relación plurifuncional.
La fidelidad es una forma egoísta de conservar una propiedad que es de dos, el amor. Es entonces la infidelidad una ofensiva directa al punto medio, no a las partes, no se le es infiel a la pareja, se le es infiel al amor, éste visto como un todo que involucra el ser en una construcción equilibrada y respetuosa de la vida, la vida misma, el amor.
Ahora bien, los celos son un espejo de la duda, de la necesidad del ego por sobresaltar las inseguridades, por florecer cerezas en medio de un campo lleno de zorros. Celar es la manifestación más clara de ir fuera del presente, de correr en medio de todo lo que no nos involucra directamente y es ahí en ese momento que el amor deja de ser un todo, para convertirse en un instrumento para controvertir la vida, un acto egoísta contra el amor, el amor que solo vincula armonía y placer cuando se ama con función al amor.
La unidad de la infidelidad y los celos direccionan el amor hacia, el mal amor. Un mal amor que cree ser el dueño del universo, cuando solo es un esclavo. Un mal amor que piensa en él antes que en los otros, un mal amor que es unidireccional y no descansa sobre la confianza. Cuando se entiende que la vida misma es amor, es ahí cuando todo se ve un poco más florecido, se transforma la fidelidad y los celos por atención y respeto por las libertades. Amar es ser, no representarse.
Escrito de Opinión. Publicado: 01/04/2022
Por: Natalia Calonge
